Año nuevo… ¿Qué me pasa doctor?

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Año nuevo… ¿Qué me pasa doctor?

Como veis he tardado un poco en escribir porque todo eso de los propósitos de año nuevo no me cae bien. Quiero decir que tooodo el mundo se pone a hacer planes y a escribir listas de propósitos y ¡ojo! No es que yo proponga no tener objetivos. Pero es que este año he visto muchos pacientes a los que la vida les ha truncado los planes. Y eso me ha hecho reflexionar en algunas cosas que me gustaría compartir contigo.

Creo firmemente que una de las ventajas que tiene hacerse mayor, es que, aunque no tengas tiempo para pensar, lo buscas. Quiero decir que, aunque sigo siendo madre de tres, con dos adolescentes en plena ebullición, con la consulta quiropráctica, las conferencias, la intendencia casera, la cocina que me trae loca, y encontrar tiempo para saber cómo le va la vida a mi Estupendo, llamar a mi madre y visitar a mi padre en el hospital-entre otras actividades-, ahora soy capaz de dejar cosas por hacer solo porque necesito conectar conmigo misma y sentir hacia dónde voy.

Aprender.

Este año he aprendido que los humanos como especie somos bastante inconscientes. Hacemos planes a largo plazo cuando ni siquiera sabemos si nos vamos a levantar mañana. Y no lo digo como catástrofe. Sólo como una constatación de que nacemos y vivimos la vida como si todo lo importante que no hagamos hoy podremos hacerlo mañana.

Y no. A veces no podremos.

Porque la vida, que es maravillosa y a veces te deja sin aliento, otras veces es muy perra y no sabes qué nos tiene preparado. Venimos a este mundo ¿a qué? ¿a aprender algo? ¿a subir puntos para la próxima vida? ¿hay próxima vida? ¿por qué nos pasa lo que nos pasa si somos buena gente?

Vivimos en un mundo donde todo nos entra por la vista y pensamos que podemos tener una vida tan perfecta como la de Instagram. Esa vida virtual en la que, hasta cuando las influencers salen despeinadas se despeinan con clase, y que para mucha gente es objeto de depresión por comparación. Pensamos que la noche que está pasando fulanita es mejor que la nuestra. Que las cosas que hacen son increíbles. Que su pareja es mejor que la nuestra, que su playa es más azul que la nuestra.

Y lo queremos todo a cualquier precio.

Nos hipotecamos para pagar viajes de ensueño a la otra punta del globo. Para tener una casa preciosa, para ir con los niños a Disney. Para sentir la arena blanca de cualquier playa remota bajo nuestros pies, pero haciéndonos las fotos de todo, porque si no lo contamos es que no existimos. Si no nos exponemos no interesamos. A todo esto, le sumamos la creencia de que tendremos trabajo y salud para pagar nuestras deudas económicas durante treinta años. Y para eso nos encadenamos a un trabajo que nos quita la vida o la ilusión o las dos cosas. Que nos obliga a conciliar lo imposible, a trabajar por las noches, a ser los primeros en la promoción laboral. A estar formándonos permanentemente no nos quedemos obsoletos y eso nos quite oportunidades de ganar más para gastar más.

Y aún no hemos acabado.

Porque a eso le tenemos que sumar el estrés por parecer siempre jóvenes, atléticas y guapas -sin arrugas, sin lorzas, sin canas-. Con el tiempo que implica dedicarse a que de los brazos no te cuelgue un alerón Batman cuando decimos adiós en manga corta a nuestros hijos en el ascensor. ¿Y todo eso para qué? la verdad es que no te lo planteas hasta que la vida te para. Y te para con un despido, un divorcio, un diagnóstico de cáncer, con un ictus o un accidente, que te deja fuera de la jugada que creíamos tan maestra.

Entonces las personas empezamos a pensar.

Se nos inunda la cara de incredulidad, nosotros que éramos tan instagramers ¿ahora tenemos que aprender a volver a amar, a andar o a hablar, o a pasar nuestros días descontando las sesiones de quimio o a bajar el ritmo de trabajo o a dejarlo todo porque la vida no nos da más? Entonces empezamos a sentirlo. A ver que tenemos que mirar hacia dentro para saber de dónde viene la avería.

Muchos creen que las enfermedades te caen encima porque sí. Y yo no lo creo. Creo que se juntan circunstancias que hacen una sopa con mal gusto. Una sopa donde se junta la inconsciencia del vivir pensando en lo que hicimos o haremos -pero nunca pensando en el presente- con sentimientos que no están en paz porque a los humanos, y no me digas que no, nos encanta complicarnos la vida.

Todos pensamos que tenemos la razón universal y por eso nos permitimos juzgar a los demás. Todos tenemos una parte negra en la que nos decimos que lo nuestro es lo mejor. Y ahí no cabe el amor incondicional, ni la aceptación pacífica de todo lo que estamos haciendo mal. Es decir que, sin paz interior y mega dosis de amor incondicional, ni buena gestión del estrés ni del descanso, no podremos curar lo que el cuerpo grita. Párate y vive conscientemente.

Por eso en este nuevo año que comienza, os decía que no tengo planes de cosas que quiera hacer.

Este año tengo planes de sentimientos que quiero sentir, de experiencias que quiero vivir, de palabras que quiero decir. De diferencias que quiero marcar, de amor que quiero esparcir.

Hacer o sentir.

¿Aprender a bailar salsa, a hablar italiano a perder tiempo definiendo mis brazos y contorneando mi cuerpo? ¿a comprar con mi tiempo todo el dinero que necesito para que mi vida parezca divina?

A eso siempre estoy a tiempo. Mientras tanto os deseo a todas desde mi revolucionaria madurez que paréis. Qué respiréis. Subáis la persiana y veáis lo hermoso que es ver salir el sol, que hirváis el agua saboreando el café. Remoloneéis en pijama -sofá manta libro-. Que deis gracias por otro día en el mundo viendo crecer la familia y yendo a un trabajo que os apasione. Vivid apreciando, vivid amando, vivid para que se note que habéis estado en este mundo. Marcad la diferencia. Amad la vida con consciencia.

Nos lo deseo a todas nosotras de todo corazón. ¡Feliz año nuevo queridas!

 

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