Todo es parecido, pero no.

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¿Os dais cuenta de que todo es parecido, pero no?

Poco a poco os voy viendo a todos y a todas. Ya volvemos a la rutina. El mes de enero es simpático. Llegar a la consulta y reencontrarme con los pacientes que hace semanas que no he visto, por las fiestas y las vacaciones de navidad, y poder volver a conectar con todos.

Los pacientes nuevos, los que me esperan para una nueva visita, nos miran ojipláticos pensando – ¿Aquí abrazan y vienen contentos? -.  Bueno al salir ellos también salen abrazados y contentos. En las series americanas los doctores en quiropráctica siempre salimos en plan paz y amor. Es muy gracioso ¡pero es que así somos los vitalistas!

La mayoría de la gente que viene nueva, viene triste y preocupada.

Algunos tienen un dolor insoportable. Otros vienen porque ya no saben a dónde ir. Otros de boca a oreja. Y uno tras otro, veo lo que pasa e intento que entiendan las tres patas de su salud-física, química y emocional. Qué vamos a hacer para que estén donde deben estar. Y lo vamos a hacer juntos, porque no hay milagros sin trabajo diario. Eso es una de las cosas que más cuesta. Que no todo se resuelve con una pastilla y listo. No, no, recuperar la salud tiene trabajo, pero en pocos meses se ha subido una montaña y se está bajando una colina.

Para los pacientes enfermos una de las cosas más importantes para levantarse cada mañana es la motivación. Porque cada día puede parecerte lo mismo: te duele la vida. Lo sé. Pero podemos rendirnos o ya puestos, que nos pillen con las botas en el barro. Que el arroz hay que trasplantarlo, ya sea invierno o verano, decía mi abuela valenciana.

Y es que todo es parecido, pero no.

Cada año, cada día, cada momento, puede parecer igual, pero nosotros ya no somos los mismos. Lo que nos pasa, nos moldea como si la piel fuese arcilla caliente y no atendiera a reclamos. Y los acontecimientos pueden ser los mismos, pero nosotros -por suerte- nos adaptamos a la cadencia de la música que nos suena. Es así como avanzamos, venciendo nuestra resistencia a lo que nos pasa.

¿Y qué pasa cuando no nos adaptamos?

Nada distinto, sólo que, en vez de ayudarnos, nos sufrimos.

Decía Thomas Merton, uno de mis poetas favoritos, una frase que a mí me ayuda a entender porqué a pesar de lo que nos pasa, tenemos la obligación de adaptarnos sin resistencia. De aceptar -sin resignarnos- y de asombrarnos por los nuevos caminos por los que la vida nos lleva.

“Ya somos uno e imaginamos no serlo.
Y lo que hemos de recuperar es nuestra unidad original.
Lo que tengamos que ser es lo que somos.”

El documental:

Y es que justamente ayer, estaba viendo un documental que puedes ver ahora en Netflix, que se llama “Heal” donde habla precisamente de eso. De que todo está conectado. De que todo tiene que ver con lo que sentimos y pensamos y que el cuerpo lo manifiesta en forma de enfermedad -sin saber qué ha fallado- y que por mucho que hagamos a nivel químico si a nivel nutricional y mental no estamos conectados con nosotros mismos, la enfermedad nos vence por goleada.

Es cierto que entonces vienen todas las pruebas científicas y casi siempre hay una explicación para todo, pero ¿porqué deja de haber armonía en un cuerpo que lo tiene todo para ser perfecto? A veces nos falta o nos sobran genes. No tenemos las enzimas necesarias en el sistema inmune. A veces comemos lo que sea y dormimos poco y menos y vivimos corriendo entre humos, dolores, horarios imposibles y facturas para empapelarnos el comedor. Y el cortisol, esa hormona del estrés que en la prehistoria nos ayudaba a cazar el mamut, hoy en día nos mata poco a poco.

Los que me conocéis,

Ya sabéis que intento que todos llevemos una vida tranquila, libre de estrés y ansiedad repitiendo en positivo todas las cosas que nos pasan en negativo.

– ¿Por qué lo hacemos? – Me preguntan los nuevos.

– Porque así tu diálogo interno te crea menos estrés y enfermas menos. – les digo yo.

-Pero eso es muy difícil. – dicen.

Y a mí, siempre me asombra esa idea. Es decir, a las personas nos resulta más fácil hablarnos mal, que bien. Es más fácil decirnos que mal estoy o mira qué cara más fatal hago, que mirarnos al espejo y decirnos “pareces hecho polvo, pero gracias por aguantar, te voy a cuidar todo lo que pueda te lo prometo, ánimo, te quiero” y hacer lo que sabemos que debemos hacer.

Y cuidarnos requiere tiempo.

Un tiempo con el que normalmente no contamos. Es decir, planificamos el año nuevo y por supuesto no ponemos en ninguna casilla “tiempo para estar enfermo”. Por eso cuando enfermamos tenemos que dejar caer todo lo que teníamos programado y dedicarnos por completo a cuidarnos. Y eso agobia un montón. Porque a la mayoría de personas nos gustaría que el cuerpo viviera en piloto automático para dedicarnos a otras causas más altruistas.

Y es que todo es parecido, pero no.

Este año, si es tu año de parar y cuidarte; hazlo.

No te sepa mal dejar de hacer cosas para conectarte contigo mismo y entender qué es lo que tu cuerpo necesita y dárselo. La mayoría de veces el cuerpo es muy agradecido y responde a lo que le hace bien. Y aunque estés estupendamente, para un rato cada día y escúchate. Para tu mente y medita, ajústate para ayudarte a tener más salud y vive y canta y ponte películas y bebe un buen vino y abraza. Abraza todo lo que puedas, que mañana, será otro día. Feliz febrero a todas.

 

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