¿Alguna de nosotras se imaginaba la maternidad en el siglo XXI? Yo creo que no. De hecho, no creo que nos imagináramos nada de lo que nos está pasando. El mundo ha cambiado a una velocidad vertiginosa y aunque cada generación tenía una cierta distancia con la anterior, nunca había resultado ser tan abismal como la nuestra y la de nuestras madres.
Nuestra educación ya presagiaba un desastre, pero nosotras no lo vimos, estábamos demasiado ocupadas estudiando las carreras universitarias que para muchas eran las primeras en su familia, al tiempo que intentábamos seguir unas normas de buena conducta. Se nos pedían resultados académicos, pero también teníamos que ser cuanto más guapas mejor, bailar bien, estar delgadas, llevar el pelo largo y divino, ser educadas y bien mandadas.
Las aspiraciones de nuestros padres eran claras: que tuviésemos la independencia económica que nos podría dar la profesión que estudiáramos y que nos casáramos bien.
Eso, si te fijas un poco, ya era el presagio del desastre.
Porque la mayoría de las mujeres debemos compaginar nuestro trabajo con ser esposas y madres, en un mundo donde los hombres llevan, todavía, la voz cantante y el mayor sueldo a casa, y nosotras podemos ser secretarias, vendedoras, abogadas o doctoras, pero siempre en menor promoción que los hombres.
Incluso nosotras miramos a veces con pena a las que han escogido sólo su profesión, porque en nuestros oídos resuenan las palabras de nuestras madres “Fíjate tanto trabajar y al final es una solterona”
Resueltas a no renunciar a nada, decidimos trabajar vocacionalmente y casarnos y tener hijos. Y bueno, a la mañana siguiente de dar a luz, empezamos a ver las orejas al lobo. De repente creo que todas hemos tenido ese “déjà vu” de estar en la cocina con el delantal puesto, con el bebé llorando, sin ducharnos desde hace tres días, muertas de sueño, preparando la cena, como nuestras madres, tías y amigas. Y preguntándonos ¿dónde está mi vida?
Los movimientos de emprendedoras que llenan nuestras redes sociales, no responden tanto a un deseo como a una brutal necesidad de dar salida al talento femenino de un modo asequible para la familia. A los hombres modernos, aunque siguen siendo bien mandados, les cuesta asumir la mitad de la responsabilidad y vivir con la cruda realidad de que ya no tienen el privilegio de llegar del trabajo y de que su mujer les traiga las zapatillas.
Eso ha creado una corriente de hermandad femenina imposible de imaginar en la época de nuestras madres. Se crean grupos para hacer gimnasia con el bebé, grupos de madres “malasmadres” para luchar en la conciliación, grupos de meditación, de autoayuda al emprendimiento, en un momento donde el auge de las redes sociales da el pistoletazo de salida a cualquier voz, a cualquier idea y a cualquier opinión.
Las mujeres se empoderan, de pronto podemos tener blogs y empleos desde casa, para poder adecuar nuestros horarios o incluso trabajar con la pareja, si es que la crisis se ha llevado por delante su empleo.
Pero todo esto, aunque es un logro, hace que me pregunte algo que las mujeres no dicen, ¿no estamos otra vez adaptándonos nosotras en vez de ellos?
¿Qué se esconde detrás de una emprendedora?
Por lo general alguien que ha dejado un trabajo de locos porque no podía compaginarlo con su familia. Y como no tengas contactos o algo de dinero, ser emprendedora en solitario cuesta la vida. Entonces llegan los cursos de empoderamiento, que no es nada más y nada menos, que el “créetelo y se fuerte” de toda la vida. Pero suena mucho más cool.
Así que ahora somos mujeres empoderadas y emprendedoras. Y seguimos intentando como locas cuadrar nuestros horarios y educar a nuestros hijos en la independencia que les dará un trabajo hecho con vocación e ilusión. E intentamos que vean con el ejemplo que se puede, pero llegamos agotadas al final de cada día.
A todo esto, tienes que sumarle la presión mediática de estar divina de la muerte después de dar a luz, mientras crías o en la menopausia. Que no se te noten las arrugas, ni los kilos de más. Empezamos una carrera contra reloj, pero tampoco tiene que notarse, como el trabajo. Vamos al gimnasio a la hora de comer o al centro de belleza a enchufarnos a la cavitación, a pincharnos el hialurónico o las vitaminas en horarios que no se note nuestra ausencia. Todo muy holístico y natural, ninguna se confiesa a la otra, todas bebemos mucha agua y somos flexiterianas, pero dale, hasta eso seguimos haciéndolo nosotras. O ¿Acaso alguna de vosotras tiene un marido que vaya al centro de belleza para cuidarse tanto como nosotras o se corta comiendo o se tiñe las canas? Creo que no. Porque mientras los años para ellos son una bendición, para nosotras son todo lo contrario, según el manual patriarcal actual.
Muchas madres en mi consulta, llegan deprimidas por el peso de todas estas contradicciones. Somos mujeres modernas, si, pero nos han vendido la moto. Mi madre un día me dijo “Anda que con todo este mito de la mujer super woman os han enredado bien, nosotras por lo menos éramos nuestras propias jefas y podíamos ir al parque cuando queríamos”. Después de dejar trabajos en los que ser madre te hace perder puntos porque a tu alrededor está lleno de hombres deseosos de trabajar quince horas, hemos empezado a decir lo contrario “no, no soy super woman”.
Pero, ¿dónde están los grandes cambios? Los gobiernos no cambian las leyes para favorecer la maternidad y las mujeres tenemos que reinventarnos para poder llegar a todo. Los retos de la crianza, la familia y el siglo XXI, son lograr de una forma definitiva que se comprenda desde las más altas esferas que el modelo socio económico actual es insostenible si la mujer quiere tener el derecho a ser igual que el hombre. Si no se integran las diferencias -porque de momento los hombres no pueden quedarse embarazados o se encuentran en la misma situación que nosotras cuando son parejas del mismo sexo-, de momento no nos queda otra opción que la reducción de jornada, o emprender empoderándonos en grupo -que siempre da más ánimo-, o dejar por el camino la idea de tener hijos.
La falta de corresponsabilidad masculina es flagrante, parece como si están apurando un modo de vivir en la inopia, como si fueran los restos de un pasado feliz patriarcal, al que supuestamente se le ve el final, pero del que todavía falta mucho para conseguir la igualdad tanto a nivel profesional con los mismos salarios y en la familia, donde la corresponsabilidad sea algo normal, no como dicen algunas “tú es que tienes mucha suerte en tu empresa o con tu marido”.
Mientras tanto, nosotras seguiremos luchando y alzando la voz para superar el techo de la conciliación y la igualdad. Y seguiremos haciendo lo que mejor sabemos: cuadrar el círculo para ser las mejores madres que podamos ser, sin culpa y disfrutando de ser mujeres en un momento de cambio y de basta ya.
2 Comments
CRISTINA ROJAS
mayo 10, 2018 at 1:46 pmM´ encanta, hem sento molt identificada amb totes les teves paraules.Intento no perdrem en aquesta voragine de vida que portem i no deixar de ser simplement JO.
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Roma
enero 24, 2019 at 8:22 pmMe ha apasionado este post y en ningún momento había
analizado una opinión como esta sobre el tema, excelente !
Enhorabuena